
Las madrastras buenas
Madrastra es una de esas palabras que no han logrado separarse de cierta connotación, unas veces negativa y otras veces positiva, que complementa su significado básico. Desde los más tempranos clásicos cuentos infantiles se nos va impregnando el concepto de la madrastra mala, la cual intenta robarse el lugar de la madre imponiéndose con crueldad en la vida de sus hijastros. Y a pesar de que, como lo define el diccionario de la Real Academia, madrastra no es más que “la mujer del padre respecto de los hijos llevados por este al matrimonio”, con frecuencia el término se ha asociado también, de manera implícita, con la ausencia o muerte de la madre biológica.
Sin embargo y por fortuna, los tiempos cambian. Para bien o para mal, en este mundo en el que los divorcios son ya muy comunes, la desaparición física de uno de los cónyuges está lejos de ser una de las causas principales de la ruptura de los matrimonios. Y las relaciones familiares, ya de por sí complejas, se enredan aun más cuando entran en escena las “madrastras y padrastros”, compartiendo la vida cotidiana, las actividades de esparcimiento y las tareas de los “hijastros” con los padres biológicos.
En muchas familias modernas que han enfrentado con cordialidad la ruptura de una relación y el comienzo de otra, los hijos “compartidos” han conseguido enriquecer su entorno con el amor, el afecto y la atención de más de un papá o más de una mamá. Está claro que no se trata de suplantar a nadie ni competir, sino de servir de complemento, teniendo siempre presente los límites de la autoridad, legal o moral, que le corresponda a cada persona.
Por falta de una palabra mejor, yo sigo tratando de despojar madrastra de su lastre de fealdad, y, apoyándome en la comprensión y la comunicación, sueño con ser una madrastra buena para el hijo mayor de mi esposo.
Foto: Stockbyte
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