
Genial respuesta de un joven latino al que su dentista le dijo que no merecía estudiar en Standford
Todo comenzó en una consulta del dentista. Guillermo Pomarillo, quien vive con su familia en Chicago, necesitaba hacerse una limpieza dental, entonces acudió a un consultorio, pero nunca se imaginó que el dentista cuestionaría algo más que su higiene bucal.
La charla comenzó cuando el dentista le ofreció al joven ponerle frenillos. Pomarillo, nacido en Estados Unidos de padres mexicanos, le dijo que no podía pagar por ellos y que pedir ayuda estatal tomaría mucho tiempo; para cuando la ayuda llegara, él se habría ido a estudiar a la Universidad. El dentista, curioso, le preguntó dónde estudiaría y cuando Guillermo le dijo que en Stanford, el odontólogo no pudo ocultar su sorpresa.
Para el especialista en higiene dental, parecía casi inconcebible que un muchacho latino, pobre, pudiese ir a una de las mejores universidades. El odontólogo expresó su sorpresa ante la noticia y concluyó que el joven hispano de bajos recursos había logrado entrar a tan prestigiosa universidad por pura suerte o por una injusta ventaja por su origen racial. Esto es lo que relata Camarillo, de 18 años, en una carta que le escribió al dentista ese mismo día. En ella también responde a sus comentarios, algo que no logró hacer durante la consulta. La carta, publicada el 18 de julio en su cuenta de Facebook, ha sido compartida 9.000 veces en menos de 10 días.
Dentro de dos semanas, Camarillo viajará a California para estudiar una ingeniería —aún no sabe si en sistemas o biológica— y se convertirá en el primer integrante de su familia que asista a la universidad.
A continuación, la versión traducida de su carta.
Querido dentista:
Hoy fui a su consultorio después de salir temprano del trabajo. Usted no lo sabe, pero tuve que caminar casi dos kilómetros y medio para llegar a mi cita. Mi madre y mi padre no pudieron llevarme porque estaban ocupados trabajando. Pero para mí era imperativo hacer la limpieza de mis dientes antes de ir a la escuela. Por eso decidí caminar esa distancia. Entré a su consultorio esperando que las cosas transcurrieran rápidamente. Y así fue. Me llamaron y me sentaron en una silla en donde una mujer limpió mis dientes vigorosamente (lo que estuvo bien, realmente necesitaba una limpieza). Después, la mujer me preguntó si quería o necesitaba frenos. A manera de broma le dije que sí, pero que no podía pagarlos. Posteriormente me dijo que usted vendría y hablaría conmigo. Después usted se acercó y me preguntó si quería frenos. Le dije que el año pasado había intentado conseguirlos a través de un programa del gobierno, pero que la ayuda me había sido negada. Usted me preguntó si quería solicitar el apoyo otra vez (es importante mencionar que este proceso tarda semanas y a veces meses). Le dije que no tenía caso pues me iría a la universidad y que estaría lejos (no iba a poder asistir a las citas mensuales). Me miró perplejo. Le dije: “Iré a Stanford”. Su reacción inicial fue de sorpresa. Pero, ¿se sorprendió porque estaba ante un futuro estudiante de Stanford o se sorprendió porque tenía en su silla a un estudiante de escasos recursos perteneciente a una minoría que iba a estudiar en Stanford? Creo que fue la segunda opción.
Inmediatamente después comenzó a preguntarme cuál había sido mi puntaje en el ACT (American College Testing). Fue extraño porque ningún profesionista me había preguntado eso antes. Contesté con la verdad. Con su respuesta me quedó claro lo que estaba pensando. De manera sarcástica dijo: “¡Guau! ¿Obtuviste (x) puntos en tu ACT y entraste a Stanford?”
Estaba confundido, yo siempre creí que mi puntaje no era tan malo. Es decir, fui admitido en muchas otras escuelas además de Stanny. Después usted dijo: “Pues mi hija obtuvo 35 puntos y no logró entrar a Stanford. Ella irá a Umich (Universidad de Michigan)”. Pensé: “Guau, eso es genial, Umich es una buena escuela”. Pero no se detuvo ahí, continuó. Dijo: “Bueno, cuando tienes chicos de vecindarios como este, ya sabes, Englewood (Chicago), es fácil para ellos entrar a Harvard o a Stanford con un puntaje de (X).”
Yo estaba confundido. ¿En realidad había dicho eso? Usted siguió: “Sabes, cuando los chicos van a escuelas por aquí (escuelas públicas en vecindarios de minorías étnicas) es más fácil para ellos entrar a escuelas como Stanford. Mi hija va a una escuela con 20 chicos que tienen puntajes de ACT perfectos”. Me quedé callado. Él continuó: “Eres muy afortunado. Considérate muy afortunado. Entrar en Stanford es como competir en La Voz, ¿sabes? Como cuando los jueces te otorgan el Buzzer (botón que garantiza pase directo a la competencia)”. Espere, ¿qué? ¿Me está diciendo que mi arduo trabajo durante estos 18 años es como ir a La Voz? ¿Me está diciendo que, por pura suerte, fui admitido no solo en Stanford, sino en escuelas como Princeton, Vanderbilt, Northwestern y WASHU (Universidad Washington en San Luis, Missouri) y estoy en las listas de espera de instituciones como Tufts, Penn y Columbia? (Esto no se lo dije, por cierto).
Decir que fui admitido en una escuela solo por mis antecedentes es ridículo. Claro que su hija iba a tener un puntaje más alto que el mío. Usted es un dentista que puede pagarle la escuela para ayudarla a alcanzar ese puntaje. Usted es un dentista preparado, con un título universitario y un grado de odontología. Mis padres, dos inmigrantes indocumentados que solo tienen una educación de escuela primaria, no tuvieron el dinero para pagarme escuelas privadas. Sí, puede que haya crecido en un vecindario que no tiene a muchos chicos que estudien en escuelas como Stanford. Eso no significa que las personas que vienen de donde yo vengo no tengan el potencial para tener éxito en Stanford. Merecemos ir a lugares como Stanford.
Me menospreció. Me etiquetó. Sí, mi nombre me delataba. Pero usted era un completo ignorante de mis luchas. Lo que no sabe es que yo crecí en una casa en donde solo se hablaba español. Tuve que aprender inglés por mi cuenta. Crecí en un hogar donde a veces no podíamos darnos el lujo de pagar el alquiler o no teníamos suficiente comida para toda la semana.
Crecí en un hogar en el que mis padres no tenían ni idea de lo que implicaba el proceso de admisión para una universidad. Crecí en un hogar donde la universidad parecía un sueño lejano. Crecí en un hogar en donde no solo seré el primero en asistir a la universidad, sino que voy a ser el primero en salir de mi casa. Su hija obtuvo algunos puntos más que yo. Si esos puntos significaran que ella es mejor que yo, entonces no estaría considerando muchas cosas. No está considerando que libré muchas más batallas que su hija. No está considerando que todas las probabilidades estaban en mi contra.
Pero se siente con el derecho de decir que tuve “suerte” y que “porque soy de donde soy” entré a Stanford. Lo que no sabe es que desde una edad muy temprana sobresalí en las aulas. Mi madre me cambiaba de escuelas cada vez que nos mudábamos a un nuevo y pequeño departamento. Pero sobresalí. Fui a una escuela secundaria a siete kilómetros de mi casa para poder ser mejor. Asistí a una de las mejores preparatorias de Chicago y fui aceptado por otras muy bien evaluadas. Así que si la pura suerte te lleva a las mejores escuelas del país, entonces algo malo está sucediendo en el proceso de admisión. Tal vez, solo tal vez, el panel de admisión no vio perseverancia o fuerza en su hija. Después de todo, su padre, un dentista, es capaz de ayudarla a alcanzar un puntaje como el que obtuvo a través de una ayuda financiera o incluso a través de clases particulares. Tal vez, solo tal vez, el panel de admisión vio más allá del puntaje cuando vio mi perfil. Eso no quiere decir que yo sea mejor que su hija. Significa que tengo la fuerza, la determinación y la perseverancia para tener éxito en un lugar como Stanford. ¿Podría ser que el panel de admisiones no vio eso en su hija? Porque créame, escuelas como Stanford evalúan todo, no solo puntajes.
Sinceramente
El chico latino pobre que necesita ayuda del gobierno para obtener frenos, pero que aun así fue admitido en Stanford.
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